El Crimen no Tiene Edad (Debemos estar preparados)

Imagínate que te digo que dos niños de diez años cometieron uno de los crímenes más atroces que se hayan visto en Inglaterra. Suena a película de terror, ¿verdad? Pues así fue.

En 1993, en un pueblo cerca de Liverpool, un niño de tres años llamado James Bulger fue secuestrado, torturado y asesinado. Lo peor de todo es que sus verdugos eran dos de sus vecinos, dos chicos que iban al colegio con él.

¿Te imaginas la conmoción que causó?

Un país entero se preguntaba cómo era posible que unos niños tan pequeños fueran capaces de semejante atrocidad. Las imágenes de las cámaras de seguridad del centro comercial donde ocurrió todo dieron la vuelta al mundo.

Se veía a los dos chicos acercándose a James, hablándole como si fueran amigos, y luego llevándoselo como si nada.  

Mientras su madre Denise hacía algunas compras, se dio cuenta de que su hijo había desaparecido. James Bulger estaba en la puerta de la tienda mientras su madre compraba.

Los detectives encontraron el cuerpo de James en una vía del tren, con heridas horribles. Habían torturado al niño de una manera tan brutal que era difícil de imaginar. Alan William, el patólogo del caso, indicó que Bulger sufrió tantas heridas que ninguna pudo ser identificada como el golpe letal. Llegó a manejarse la hipótesis de algún delito sexual ya que a la víctima yacía sin zapatos, medias, pantalón ni calzoncillos.

Al abandonar la escena, los niños dejaron a su víctima tendido en los rieles y cubrieron su cabeza con escombros intentando que un tren lo golpeara para simular un accidente. Efectivamente el cuerpo fue mutilado en dos por un tren. Los restos fueron hallados dos días después. Un médico forense testificó que el infante había fallecido antes de ser arrollado por el tren.

¿Por qué lo hicieron?

Esa es la pregunta que nadie ha podido responder del todo. Algunos dicen que fue un impulso, que simplemente se les ocurrió la idea y decidieron llevarla a cabo. Otros creen que había algo más oscuro detrás de todo eso, algún tipo de trastorno psicológico que los llevó a cometer semejante atrocidad.

Los responsables, Robert Thompson y Jon Venables, fueron condenados a la máxima pena que permitía la ley para menores en ese momento. Tras cumplir sus sentencias, fueron liberados con nuevas identidades. La idea era protegerlos de posibles represalias y darles una segunda oportunidad.

Sin embargo, la historia no terminó ahí. Años más tarde, Venables fue arrestado nuevamente en 2013 y luego en 2017.

¿Por qué?

Por delitos relacionados con pornografía infantil.

¡Imagínate!

¿Qué nos dice esto?

Que el mal, a veces, es más profundo de lo que parece. Que incluso después de cumplir una condena, algunas personas son incapaces de cambiar. Y que la sociedad, por más que quiera proteger a sus ciudadanos, a veces se encuentra con casos que desafían toda explicación.

Este caso nos plantea muchas preguntas: ¿Cómo es posible que unos niños tan jóvenes sean capaces de cometer un crimen tan horrible? ¿Qué papel juega la sociedad en la formación de los delincuentes? ¿Y cómo podemos proteger a nuestros niños de estos peligros?

Lo cierto es que este caso fue un recordatorio de que la maldad puede surgir en cualquier lugar, incluso en los lugares más inesperados. Y nos hace cuestionarnos muchas cosas sobre la naturaleza humana.

¿Te imaginas cómo debió ser para la familia de James? Una pérdida así marca para siempre a una persona. Y pensar que fueron dos niños los responsables… Es algo que cuesta asimilar.

Este caso sigue siendo uno de los más famosos y controvertidos de la historia de Inglaterra. Y aunque han pasado muchos años, todavía hay gente que trata de entender qué pasó realmente.

¿Crees que estos niños eran conscientes de lo que estaban haciendo? ¿O simplemente fueron víctimas de una sociedad enferma?

Son preguntas difíciles de responder, pero es importante que las tengamos presentes. Porque la historia de James Bulger nos recuerda que el mal existe, y que debemos estar siempre preparados para proteger a los más vulnerables.

Esto te dejará pensando porque «Nadie se lo Espera Jamás…»

Te cuento.

Durante mi tiempo en la policía de investigaciones científicas, viví muchas experiencias que marcaron mi vida, pero ninguna tan desgarradora como la de un compañero cercano, cuya historia nunca olvidaré.

A media mañana, recibió una llamada que le cambiaría la vida.

Era su madre, notablemente alterada, quien le informaba que algo terrible había ocurrido en su casa. Unos delincuentes armados habían irrumpido en su hogar para robar, y lo peor estaba por venir.

Al parecer, los ladrones estaban bajo los efectos de alguna droga, lo que los llevó a perder todo control.

En la vivienda se encontraban la esposa de mi compañero, su cuñada, su hermana, su madre y su hija pequeña de 6 años.

Las mujeres, aterradas y sin saber cómo reaccionar, se encontraban frente a una amenaza mortal.

Los delincuentes, al no recibir lo que exigían, comenzaron a gritar, a amarrarlas, y a intimidarlas con sus armas.

Fue entonces cuando una de las mujeres, al reconocer a uno de los bandidos, intentó apelar a su humanidad. Lo llamó por su nombre y le suplicó que se fuera, que no cometiera una locura y que no las matara.

Lo que sucedió a continuación fue algo que marcó de manera irreversible a todos los involucrados.

Los bandidos, al verse descubiertos, decidieron que debían acabar con las vidas de las mujeres para cubrir su identidad.

Sin previo aviso, dispararon contra la esposa, la hermana y la cuñada de mi compañero. La madre y la niña ya habían sido amarradas y llevadas a una habitación y resultaron ilesas ya que no presenciaron el desarrollo de la tragedia.

Tras los disparos, varios vecinos y un vigilante de la urbanización se acercaron a la escena, alertando a las autoridades.

Años atrás, mi compañero había tenido un mecánico de confianza, quien se encargaba de reparar su vehículo y hacerle mantenimientos a domicilio.

En varias ocasiones, el mecánico llegaba acompañado de su hijo, un niño que, con el paso del tiempo, comenzó a mostrar signos de distanciarse de su buen camino. Mi compañero, preocupado por el comportamiento del muchacho, le pidió al mecánico que dejara de traerlo a su casa, ya que varias cosas habían desaparecido en circunstancias sospechosas.

Con el paso de los años, el hijo del mecánico cayó en el mundo de la delincuencia.

En un intento por impresionar a su grupo de amigos, decidió llevar a cabo el robo que terminaría en ese crimen tan brutal.

Conocía bien la rutina de la familia de mi compañero, sabía que allí vivía un policía, y había observado que el jefe de su padre poseía armas de fuego.

Así que junto con dos secuaces, saltaron la verja perimetral del complejo habitacional, esperaron hasta que mi compañero se fuera al trabajo e irrumpieron en su hogar.

Lo que sucedió después es algo que aún nos persigue a todos los que estuvimos involucrados en la investigación.

Ese crimen, lleno de traición, violencia y desesperación, se resolvió después de una ardua investigación, pero dejó una marca imborrable en la vida de mi compañero y de todos los que compartimos con él.

Hoy, con pesar, les relato este hecho, un recordatorio de cómo la confianza, la traición y la violencia se entrelazan en ocasiones de manera trágica. Y de cómo las sombras de la delincuencia pueden acechar incluso en los lugares que creemos más seguros.

«Es más sencillo estafarte que convencerte de que has sido estafado»

Te cuento,

Con esa frase como título que no sabemos de quien es (en todo caso el parafraseo de estafar por “engañar”, parece que si es mío), quisiera contarles muy breve, un caso que me tocó investigar hace un tiempo.

Se trataba de Clara (nombre ficticio), quien, a sus 55 años, seguía soñando con encontrar al amor de su vida. Un día, en una página de citas, creyó haberlo encontrado.
Desde el principio les digo: era un farsante. Un manipulador con fotos de catálogo que parecían salidas de un cuento de hadas.

“Hans” decía ser alemán, adinerado, y sabía enamorar. Su estrategia: captar a mujeres maduras, con buena posición económica, a quienes les hacía promesas de matrimonio. Parecía una inversión emocional sin riesgos: Hans incluso las hacía viajar con todos los gastos pagos, ¡lujo total! ¿Quién sospecharía de alguien así?

Clara y Hans se vieron en dos ocasiones en Madrid. Tuvieron lo que ella describió como una conexión maravillosa. Buen sexo, experiencias únicas, momentos diseñados para enamorarla. El tipo era un profesional: calculaba cada movimiento, cada palabra.

Luego llegó “la prueba”. En uno de esos encuentros, Hans confesó que tenía problemas para acceder a su dinero por un “asunto administrativo”. Nada grave, solo necesitaba que Clara transfiriera $20,000 a la empresa que organizaba su boda. Después de todo, ¿qué eran $20,000 para asegurar su final feliz?

Clara, loca de amor, hizo la transferencia.

Días después, una llamada. La “hija” de Hans, explicó que su padre había sufrido un derrame cerebral y estaba en el hospital.

La comunicación con Hans se interrumpió. Clara, convencida de que su prometido estaba al borde de la muerte, pasó noches en vela y cayó en una profunda depresión.

El giro llega aquí: en una cita odontológica con una vieja amiga, Clara decidió contar su drama. Su amiga, contemporánea y usuaria de páginas de citas, le dijo:
– ¡A ese tipo yo lo conozco! y también me propuso matrimonio. Estuve a punto de transferirle el dinero.

Clara entendió que algo no andaba bien pero el amor que sentía seguía siendo real para ella, aunque todo lo demás no encajara del todo.

La convencieron de denunciar, y mi equipo en INTERPOL tomó el caso. Durante meses, Clara seguía creyendo que Hans estaba enfermo, que todo era un malentendido. Incluso cuando expusimos las pruebas, Clara dudaba. Finalmente, accedió.
– Acepto que soy una estúpida, y me duele cuando a mi alrededor todos lo insinúan. Solo pido que lo atrapen y le digan que él es un delincuente.

El caso terminó resolviéndose. Hans era alemán, pero lo único real en su vida era su habilidad para engañar.

Ahora bien,

Clara perdió dinero, tiempo y mucha dignidad, pero ¿sabes qué? Este caso no es único. El amor es uno de los sentimientos más poderosos y también uno de los más manipulables. Hans sabía exactamente qué decir, qué mostrar y cómo actuar para anular cualquier sospecha.

Ahora pregúntate:

¿Podrías tú, o alguien que amas, caer en una situación similar?

¿Reconocerías las señales de un fraude emocional si te estuviera pasando?

¿Sabías que no necesitas ser millonario para convertirte en blanco de delincuentes?

Esto es justo lo que enseño en mi formación «Bases para tu Protección Personal». No solo se trata de dinero; se trata de proteger tu mente, tus emociones y tu futuro. Allí no solo identificamos las señales de alerta, sino que también trabajamos en cómo blindar tu mente ante manipuladores y situaciones de riesgo.

No esperes a que te pase.

Aprende a prevenir, no a remediar.