Te cuento.
Durante mi tiempo en la policía de investigaciones científicas, viví muchas experiencias que marcaron mi vida, pero ninguna tan desgarradora como la de un compañero cercano, cuya historia nunca olvidaré.
A media mañana, recibió una llamada que le cambiaría la vida.
Era su madre, notablemente alterada, quien le informaba que algo terrible había ocurrido en su casa. Unos delincuentes armados habían irrumpido en su hogar para robar, y lo peor estaba por venir.
Al parecer, los ladrones estaban bajo los efectos de alguna droga, lo que los llevó a perder todo control.
En la vivienda se encontraban la esposa de mi compañero, su cuñada, su hermana, su madre y su hija pequeña de 6 años.
Las mujeres, aterradas y sin saber cómo reaccionar, se encontraban frente a una amenaza mortal.
Los delincuentes, al no recibir lo que exigían, comenzaron a gritar, a amarrarlas, y a intimidarlas con sus armas.
Fue entonces cuando una de las mujeres, al reconocer a uno de los bandidos, intentó apelar a su humanidad. Lo llamó por su nombre y le suplicó que se fuera, que no cometiera una locura y que no las matara.
Lo que sucedió a continuación fue algo que marcó de manera irreversible a todos los involucrados.
Los bandidos, al verse descubiertos, decidieron que debían acabar con las vidas de las mujeres para cubrir su identidad.
Sin previo aviso, dispararon contra la esposa, la hermana y la cuñada de mi compañero. La madre y la niña ya habían sido amarradas y llevadas a una habitación y resultaron ilesas ya que no presenciaron el desarrollo de la tragedia.
Tras los disparos, varios vecinos y un vigilante de la urbanización se acercaron a la escena, alertando a las autoridades.
Años atrás, mi compañero había tenido un mecánico de confianza, quien se encargaba de reparar su vehículo y hacerle mantenimientos a domicilio.
En varias ocasiones, el mecánico llegaba acompañado de su hijo, un niño que, con el paso del tiempo, comenzó a mostrar signos de distanciarse de su buen camino. Mi compañero, preocupado por el comportamiento del muchacho, le pidió al mecánico que dejara de traerlo a su casa, ya que varias cosas habían desaparecido en circunstancias sospechosas.
Con el paso de los años, el hijo del mecánico cayó en el mundo de la delincuencia.
En un intento por impresionar a su grupo de amigos, decidió llevar a cabo el robo que terminaría en ese crimen tan brutal.
Conocía bien la rutina de la familia de mi compañero, sabía que allí vivía un policía, y había observado que el jefe de su padre poseía armas de fuego.
Así que junto con dos secuaces, saltaron la verja perimetral del complejo habitacional, esperaron hasta que mi compañero se fuera al trabajo e irrumpieron en su hogar.
Lo que sucedió después es algo que aún nos persigue a todos los que estuvimos involucrados en la investigación.
Ese crimen, lleno de traición, violencia y desesperación, se resolvió después de una ardua investigación, pero dejó una marca imborrable en la vida de mi compañero y de todos los que compartimos con él.
Hoy, con pesar, les relato este hecho, un recordatorio de cómo la confianza, la traición y la violencia se entrelazan en ocasiones de manera trágica. Y de cómo las sombras de la delincuencia pueden acechar incluso en los lugares que creemos más seguros.